viernes, 30 de octubre de 2009

Lucio Victorio Mansilla (1831-1913)

Lucio Victorio Mansilla (1831-1913)

Se coloca cronológicamente dentro de la segunda generación romántica llamada “generación del 80”.
Como era corriente en los escritores del siglo XIX, Mansilla pertenecía a una de las familias más encumbradas del país. Su abuelo había luchado y muerto en la defensa de Buenos Aires en 1806; y su padre, Lucio Mansilla había luchado en la Independencia y se había destacado en las luchas civiles del litoral. Ocupó la gobernación de Entre Ríos y alcanzó el grado de general, y a ejercer una diputación en el Congreso de 1824. Viudo, contrajo matrimonio con la hermana menor de Juan Manuel de Rosas, Agustina Ortiz de Rosas, joven de 15 años de notable belleza, que el 23 de diciembre de ese mismo año de 1831, dio a luz a Lucio Victorio.
El escritor era sobrino de Juan Manuel de Rosas, y vivió su infancia en Buenos Aires bajo la influencia del hombre más poderoso del país.
Enamorado de una de sus primas es enviado por su madre al asiento militar de su padre. Su padre lo instala en un saladero y decide que sea saladerista. Sorprendido leyendo El Contrato Social de Rousseau, su padre advierte estas inquietudes y comprende que su hijo no es un hombre para dirigir un saladero. A los 17 años emprende viaje a la India, donde se lo envía en viaje de negocios. Hizo de todo, menos los negocios que le encargaron. Viaja luego a Europa, visitando de paso Constantinopla. En París, que desde entonces será el centro de sus viajes y de sus preferencias, se dedica a la vida galante. Viaja a Londres. Corre el año de 1851 y llegan de Buenos Aires noticias inquietantes. Mansilla decide regresar.
A fines de 1851 está en Buenos Aires. Visita a su tío Rosas, y muy luego sobreviene Caseros. Su padre resuelve partir con sus hijos Lucio Victorio y Lucio Norberto al extranjero. Viajan hasta Río de Janeiro con Sarmiento. Se separan. Sarmiento sigue viaje hacia Chile y los Mansilla hacia París. Gastan el dinero a raudales, y regresan a Buenos Aires en agosto de 1852, dejando a Lucio Norberto en París, donde morirá trágicamente.
En Buenos Aires, Lucio cumple sus viejos sueños de amor con su prima de Chascomús, Catalina de Rosas y Almada. Contrae matrimonio con ella el 18 de setiembre de 1853.
En sus andanzas por Paraná, cruza a Santa Fe y se hace periodista. Vuelve a Paraná en 1857, y se hace cargo allí de El Nacional Argentino y dirige también las impresiones oficiales.
Agasaja a las personalidades de la Confederación, es secretario de Del Carril, vicepresidente del gobierno de Urquiza. Las fuerzas de Buenos Aires y la Confederación vuelven a enfrentarse en Pavón, y Mansilla se incorpora al ejército como “capitán de guerra”. El 17 de setiembre de 1861 actúa como subjefe del segundo batallón de las fuerzas de Buenos Aires, y el 28 de octubre es ascendido a capitán de línea.
Traduce obras del francés, y en 1864 prueba suerte en el teatro, con una pieza, Atar Gull o Una venganza africana. Insiste en el teatro con Una tía. Con su amigo íntimo Dominguito Sarmiento traduce París en América, de Laboulaye. Viaja a Chile, en 1864, con una misión diplomática, descuella en los salones elegantes de Santiago, y a su regreso estalla la guerra del Paraguay, en la que interviene alcanzando el grado de coronel. Simultáneamente siguió actuando como periodista, granjeándose la enemistad del ministro Gelly y Obes, que llega a acusarlo de “traidor”. En 1866 es herido en Curupaity, donde muere Dominguito, su amigo entrañable. Repuesto, Gelly y Obes lo envía con su batallón a sofocar una revuelta en Cuyo, que se apaga sin necesidad de que Mansilla intervenga. Regresa al Paraguay, donde interviene en la batalla de Humaitá. Sarmiento le escribe pidiéndole su amistad “en nombre de nuestro dolor común”. De regreso a Buenos Aires, trabaja para la candidatura de Sarmiento, de la que espera altos puestos. Pero Sarmiento no lo incluye en su gabinete, limitándose a restituirle su mando militar, que Gelly y Obes había terminado por quitarle. Parte a Río Cuarto como comandante de frontera, en el año 1886. Militar y diplomático ante las tribus de los indios Ranqueles, Mansilla trata de establecer la paz, lleva a cabo con éxito la tarea encomendada por Sarmiento de extender la línea de frontera hasta el Río Quinto.
El propósito de Mansilla es luchar por la asimilación de los indios a la vida civilizada, política que se opone a la de su eliminación, que es la que se venía siguiendo desde la invasión y usurpación de los españoles a su llegada a América. Viaja a Leubucó, la capital de la nación Ranquel, con un grupo de 19 hombres. Se entrevista allí con el cacique ranquel Mariano Rosas, y de resultas de todas estas experiencias surge su libro más famoso, Una excursión a los indios ranqueles. Tiene dificultades con el gobierno. El ministro Gainza —el mismo de que habla Martín Fierro— lo destituye y pasa a revistar en la Plana Mayor Disponible, sin goce de sueldo.
De regreso a Buenos Aires, vuelve al periodismo. Redacta en forma de cartas a su amigo Santiago Arcos las experiencias de frontera que luego constituirán su famoso libro sobre los Ranqueles. Estas cartas se publican en La Tribuna.
Las ideas políticas de Mansilla respecto del indio y de los asuntos civiles —entre ellos la guerra contra López Jordán— seguían siendo en el fondo las de un federal. Le irritaba el cruel e injustificado exterminio sistemático del indio y la prepotencia absorbente de la oligarquía porteña. Eso irrita, por el año de 1870, al gobierno de Gainza junto a Gelly y Obes y hasta al mismo Sarmiento.
En 1871 Buenos Aires cae bajo la peste amarilla, que le arrebata a su padre y a su hijo mayor. El 4 de abril es atacado a balazos en plena calle, pero se repone de sus heridas.
Mansilla interviene activamente en la campaña política de su amigo Nicolás Avellaneda. Participa de los problemas políticos de la época, es otra vez comandante de las fuerzas en la provincia de Córdoba y Jefe del Estado Mayor del ejército de reserva.
Asiste al éxito de Una excursión… premiada por el Congreso Internacional de París y reeditada con éxito en Leipzig.
En 1876 ocupa una banca en la Cámara de Diputados por el partido autonomista de Buenos Aires. Se hace nombrar por Avellaneda gobernador del Chaco, pues siguiendo una vieja obsesión ha formado una compañía anónima para explotar los yacimientos auríferos del Paraguay, y en esta región trabaja activamente en su negocio sin descuidar sus deberes públicos. La oposición afirma que Mansilla luego de vender sus acciones emprende viaje a Europa, donde residían ya su familia y su hermana Eduarda.
El resto de su vida lo pasó entregado a una lucha política sostenida por altas ambiciones a las que se creía acreedor por su apellido y su talento. Pero la frustración perpetua de estas ambiciones constituyó sin duda el fondo amargo de su actitud siempre irónica y de su prosa por momentos mordaz.

Duelista y versátil político

De regreso a Buenos Aires, renuncia a la gobernación del Chaco y alistado en el roquismo, envuelto siempre en polémicas, disputas, acusaciones y contra acusaciones, debe batirse en duelo con Pantaleón Gómez, que fuera desplazado por él en el Chaco cuando asumió la gobernación. Gómez tenía fama de temible duelista, pero la valentía y el honor de Mansilla habían sido puestos en duda. Este exigió el duelo, y la bala de Mansilla atravesó el corazón de Gómez.
Roca sube al poder en 1880 no sin graves tumultos entre provincianos y porteños que dejaron en las calles más de tres mil cadáveres. Mansilla había trabajado por la candidatura de Roca tanto como lo había hecho por la de Sarmiento y Avellaneda. Sin embargo, como en los casos anteriores, recibió de Roca menos de lo que esperaba. Se lo envió a Europa para estudiar las posibilidades inmigratorias de algunos países, y representar al país en algunos congresos. La empresa, sin embargo, fracasa, y viaja con dineros de la nación.
Nuevamente se bate en duelo “por razones personales”, con un señor Mayende, también con desenlace trágico, pues su contrincante muere.
Luego de unas disputas con Roca que le valen un arresto por desacato, Mansilla evoluciona enseguida hacia el juarismo. Juárez Celman será su próxima esperanza. Le reprochan su versatilidad política, su transito de opositor de Roca a partidario, ahora, del presidente roquista Juárez Celman. Responde en una sesión de la Cámara de 1888: “Yo creo que un hombre que piensa más de seis meses de la misma manera no puede pretender que no está equivocado”. Esta boutade es festejada por todo el mundo. Mansilla brilla ahora en los salones de su hermana Eduarda, a los que concurre lo más granado de la intelectualidad, la política, los negocios y las esferas militares porteñas. Es aquí donde nacen sus famosas causeries, reflejo de la conversación brillante y del ingenio que se despliega en estas tertulias, y que empieza a publicar ese mismo año de 1888 en el diario Sud América con el título de Causeries de los jueves.
Sáenz Peña es presidente. Mansilla se adhiere a él públicamente, pero la política parece rechazarlo. Sigue alimentando ambiciones, sueños, el más módico el de reingresar simplemente en la Cámara. Pero el triunfo de la Unión Cívica Radical en 1894 significa el fin de sus ilusiones políticas y la terminación de su carrera en este sentido. Aunque luego de la renuncia de Sáenz Peña y el ascenso de Uriburu volvió a soñar con un ministerio… Uriburu resolvió un viaje a Europa. El pretexto, estudiar la organización militar de varios países. Otra vez… Londres, París, Madrid, Roma… En 1897 está de regreso en Buenos Aires, trae los informes y, dos meses después vuelve a embarcarse. En París se encuentra con Eduardo Wilde, pero pronto parte a Atenas para estudiar la conflagración greco-turca. De Atenas pasa a Constantinopla, de aquí a Budapest y luego París. Trabaja en su libro sobre Rosas, y piensa en obtener una embajada. Regresa a Buenos Aires y conoce a bordo a una joven señora, Mónica Torromé, viuda de Huergo, le dobla la edad pero se enamora de ella. En febrero de 1899, se casa en Londres con Mónica Torromé. Viaja a Berlín, regresa a Buenos Aires, infatigable y eterno viajero, y vuelto a embarcar se dirige por segunda vez a Rusia. Es recibido por el Zar, como antes lo fuera por el Emperador Francisco José. Se siente ya un expatriado. En la Argentina, todo cambia. Han irrumpido al poder nuevas fuerzas, nuevas masas se agitan. Ya el país no es dirigido por las minorías selectas que fueron el círculo de sus amistades. Se dirige al fin a París. Se dedica a escribir sus Memorias, y a la vez vuelve sobre sus trabajos anteriores, regresa a Buenos Aires cuando Quintana toma la presidencia, otra vez a París, un nuevo regreso en 1907, esta vez el último. Nuevamente en Francia, sigue mandando sus crónicas a El Diario de Láinez. Hasta que lo postró la enfermedad en 1911, siguió llevando una vida activa. Mientras pudo andar su figura fue habitual en los museos y exposiciones, así como en las aulas de la Sorbona. Octogenario y ciego, murió en el mismo París el 8 de octubre de 1913.

Fuente:
Rodolfo Vinacua. Lucio V. Mansilla. Capítulo, La historia de la literatura argentina. Centro editor de América Latina, Buenos Aires, 1980. Fascículo Nº 26.

jueves, 22 de octubre de 2009

habría abierto la puerta

Habría abierto la puerta si no supiera que allí me esperaba
y estaba sentada, con las piernas cruzadas, un poco triste
pero resolví no entrar y deje que las cosas no sucedieran
me aleje caminando, me aleje y perdí el momento de gozo,
el instante sublime antes de despertar.
C.G.

Nada espero aquí sentado

Nada espero aquí, sentado con los brazos caídos, de esta tarde que declina
sentado en un banco de una plaza perdida en esta ciudad encantadora
encantanda de ramos esparcidos de flores marchitas en baldes abandonados
y se dice las seis y treinta cinco, eso y el tiempo que designa el silencio
de un cuerpo, mi cuerpo dejado así al desvarío de la nada
rozando apenas el pavimento que acalora los pies
zapatos de cuero y goma viejos ladeados desgastados
y eso que pasa no es más que una persona que me dice basura
vago hambriento, mirada meticulosa que ausculta los latidos
de la ciudad que declina en la tarde que simplemente declinamos
pero él se lo miente y deja de mirar
C.G.

martes, 20 de octubre de 2009

"Fantasmagoría" - Fernando Meana

En el hospital Alvarez ocurren hechos paranormales

Resulta ser que en el "hospital de día" turno mañana, hay un armario de color indefinido que tiene vida propia y la personalidad de una persona muy reservada. Cuando están los pacientes nada dice; cuando los profesionales y los pacientes lo miran al mismo tiempo se queda inmóvil, o sea, se queda quieto en su lugar, pero lo extraño es que pareciera que cambia a un color tal que se vuelve casi transparente. Fenómeno que es muy frecuente, ya que todos miran al armario al mismo tiempo sentados desde sus butacas cercanas en algún momento del taller.
Un día apareció en un lugar muy poco frecuente para un armario. Estaba escondido atras de una estructura, con el candado sin cerrar y con las puertas abiertas de par en par. Las cosas que estaban adentro no estaban en su lugar original, todo estaba cambiado de sitio.
El armario, pobrecito siempre cumplió funciones sólo para el turno mañana, sus beneficiarios. Pero él deseaba también cumplir funciones para el "turno tarde", por eso aquella tarde cuando todos se fueron, no pudo aguantar más y comenzó a moverse, muy emocionado, hasta el sitio donde los pacientes del último turno realizan sus talleres. En el movimiento se le cayó el mate, la yerba y el tarro del azúcar al piso. Él pensaba que nadie notaría que se había movido.
Al ruido de una puerta, el armario se quedó quieto, pero ahí se dió cuenta que se le habían caído el mate, la yerba y el azúcar. Entró la empleada de limpieza que se había olvidado una bolsa, y vió el desorden de las cosas caídas en el piso, pensó que esto no estaba antes porque ella ya había hecho la limpieza en aquel salón. El armario se quedó quieto y la empleada colocó de nuevo las cosas adentro y cerró la puerta. Se olvidó pasar el candado y cerrarlo con llave. El armario sintió temor de ser descubierto y estuvo ahí un largo rato. Se dió cuenta que el candado estaba sin llave y que se podría abrir de nuevo la puerta, y se quedó allí, detrás del biombo metálico intentando camuflarse toda la noche, por si alguien más entraba y lo veía allí.

Continua....

martes, 13 de octubre de 2009

El equilibrio

El difícil arte de la equilibrada cuesta tanto como querer correr sin ir muy rápido.
Es mejor el sentimiento adverso de la posición oblicua.
No vale nada esperar sentado que la piedra diga algo, más vale levantarla y arrojarla.
En el acto está el movimiento.
Y moverse es tan difícil como mantenerse en equilibrio.
Nada es nada, porque sólo se está en este momento una sola vez.
No hay dos cosas para un ahora inmediato. Una es y se basta por sí sola.
La mano siente la piedra, la cala, la calza y en un instante siente su energía
que vibra cuando es arrojada.
Basta arrojarse para sentir el vuelo.