martes, 9 de junio de 2009

Las amigas

Las Amigas


Esta tarde extrañé a mis amigas. Durante el verano estuvieron viniendo todos los días y hoy no lo han hecho. Mis amigas no son así. Ellas, siempre avisaron cuando no tenían pensado venir. Es muy raro. Hoy, no me avisaron que no vendrían. No quiero pensar en que algo malo haya pasado. Ellas no suelen meterse en problemas. Tampoco hay razón para dudar de su responsabilidad. Aunque esta palabra no es la correcta, porque en lo que llevamos de amistad no es propiamente una responsabilidad el que ellas tengan que venir a visitarme todas las tardes. Ellas no son así. No dejan nada sin terminar. No me refiero a que nuestra amistad se haya debilitado, nada de eso. Más bien creo que la conversación de ayer no les haya caído bien. No era necesario que me refiriera a Cristóbal en los términos en que lo hice. Ellas no tenían razón en adjudicarme todos los chismes que se andan diciendo sobre mí y Cristóbal. Además no está bien que un hombre merodee cuatro mujeres solas. Nosotras siempre nos supimos ayudar y acompañar. Él llegó esa mañana diciendo que había pasado mucho tiempo y que estábamos todas muy guapas. Me miró a mí muy especialmente. Todas estuvieron muy celosas y me sacaron en cara mi sonrisa.

Te reías muy bobaliconamente -dijeron-.

Pasaron varios días y no me hablaron. Cristóbal dijo algo del padre. Que lo había abandonado sin dinero y sin apellido. Era un bastardo en un mundo lleno de bastardos. Nosotras no entendíamos mucho lo que decía. Yo estaba embobada mirándole los labios porque los movía de una forma muy especial. Sus ojos tenían algo que penetraba en uno y lo hacía estremecer. Sentí su mirada que poco a poco me iba envolviendo y que me alejaba cada momento más de allí.

El lunes que no vino a visitarnos, estuvimos en silencio toda la tarde hasta que llegó la hora de la cena. No transcurrían más los minutos y la cena se hizo interminable e intolerable. Todas tenían cara de odio. Sentí su odio en mí.

El jueves, el viernes y el sábado estuvimos podando y removiendo la tierra en el jardín. Toda la conversación estaba en las flores y en la tierra que era especialmente blanda. Se podía cavar fácilmente en el jardín. Las flores estaban especialmente bellas.

Cristóbal estuvo ausente de nuevo. Claro, yo me dije que él no había podido soportar tanta presión de ellas. Se me fue metiendo esta idea. Durante horas y horas sólo pensaba en eso. Seguramente ellas eran las culpables de que Cristóbal no estuviera más aquí, visitándonos como lo hacía todas las tardes.

Ya no tenía sentido seguir preparando las masitas dulces que tanto le gustaban a él.
Ellas no decían nada. Solamente se dedicaban a tomar el café y mirar cada masita que se metían a la boca. Se detenían, mirando, dándole la vuelta, mirándolas de lejos, de cerca. Era una ceremonia cada masita que iba a parar a sus bocas secas y odiosas.

Esta tarde extraño su silencio ponzoñoso, que me infundía más deseos de hacerlo. En el fondo sé que ya no van a venir más.

En el jardín las flores están creciendo con más fuerza y color. Ellas, al final siempre tuvieron buena savia para las plantas. No me extrañó que no vengan más a visitarme. Lo que espero ansiosa es que cuando regrese Cristóbal, no pregunte por ellas. No desearía que él también alimente las rosas de mi jardín.
-cuento-
cayetano guzmán

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