jueves, 12 de febrero de 2009

Las multitudes

No todos pueden darse un baño de multitudes: gozar de la muchedumbre es un arte; y sólo puede darse un festín de vitalidad, a expensas del género humano, aquel a quien un hada insufló en su cuna el gusto por el disfraz y la máscara, el odio al domicilio, y la pasión del viaje.
Multitud y soledad, términos iguales y convertibles para el poeta activo y fecundo. Quien no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en medio de una atareada muchedumbre.
El poeta goza del incomparable privilegio de poder ser, a su guisa, él mismo y otro. Como las almas que vagan buscando un cuerpo, entra, cuando quiere, en el personaje de cada uno. Sólo para él, todo está vacío; y si determinados lugares parecen estarle vedados, ello se debe a que, a sus ojos, no merece la pena visitarlos.
El pensativo y solitario paseante obtiene una singular embriaguez de esta comunión universal. Quien se desposa fácilmente con la multitud, conoce gozos febriles, de los que quedarán eternamente privados, el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, metido en su interior como un molusco. Abraza como suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que la circunstancia le presenta.
Lo que los hombres llaman amor es cosa muy pequeña, restringida y débil, en comparación con esta inefable orgía, con esta santa prostitución del alma que se da por completo, poesía y caridad, a lo que aparece de improviso, a lo desconocido que pasa.
Es bueno en ocasiones enseñar a los satisfechos de este mundo, aunque sólo fuera para humillar por unos instantes su necio orgullo, que hay dichas superiores a las suyas, mayores y más refinadas. Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los sacerdotes misioneros exiliados en los confines del mundo, sin duda conocen algo de estas misteriosas embriagueces; y, en el seno de esa gran familia formada por su genio, deben reírse alguna que otra vez de quienes los compadecen por su azarosa suerte y por su vida tan casta.

Charles Baudelaire

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