martes, 9 de diciembre de 2008

es posible soñar entre cuatro paredes

... es posible soñar entre cuatro paredes

Es un espacio anacrónico, descolgado del tiempo de lo inmediato. Una congregación inorgánica que se reedita todos los sábados sin mapa previo para guiar la lectura del día. Un grupo de extraterrestres que sin conocerse demasiado son capaces de fundirse en un vuelo de resultado incierto y duración indefinida. No sé cómo serán los talleres literarios a cargo de escritores famosos, pero en este juego no hay lecciones, sino intercambio. Cada sábado es distinto, es imposible prever su cauce y esa magia es la que nos lleva a retornar al mismo lugar.

Cayetano, dice que este año recuperó las ganas de bucear en viejos textos y descubrir otros que no conocía; cuenta que halló el margen que había perdido para volver a leer. “A ustedes les debe haber pasado lo mismo”, arriesga. Habla de Joyce, de Borges, de Quiroga…Yo lo miro y me río porque no logro encontrarme como quisiera con ese tiempo extraviado y porque claramente me asumo en el pelotón de los que menos hemos leído. Y sin embargo, también a mí me cambió ser parte de este espacio en la sala de lectura que ha quedado de nuestra biblioteca.

Para comprobarlo, no hace falta más que mirarme en esta tarde de lunes lluvioso y húmedo. Voy en el subte haciendo equilibrio: escribo parado y sin sostenerme en un pequeño anotador. Llevo colgado mi bolso de periodista y un paraguas verde que contiene el rostro de una mujer con el pelo largo y al viento. Mientras me sostengo como puedo, una beba deja la teta de su madre para jugar con mi paraguas y destruir el precario equilibrio.

La mujer del paraguas me hace acordar a Evita. ¿Quién lo hubiera imaginado? ¿Será producto de esta Argentina kirchnerista o será a causa de este taller en el que tantas veces abordamos el peronismo sin entenderlo o, como yo, sin compartir el credo en su totalidad? Me acusaron y me acusan tantas veces de gorila y yo, que voy conociendo a los verdaderos, compruebo que estoy a años luz de serlo. Es José el que lleva escrito en su rostro los vaivenes del peronismo, desde la Isla Maciel hasta Ezeiza, desde los fachos hasta los montoneros, desde su abuelo Armando que era guardaespaldas de Barceló en la Avellaneda de los conservadores hasta este 2008 en el que no sabemos cómo conjurar la amenaza de la civilización y la de la barbarie. José tiene una gran ventaja: no lee los diarios y apenas se detiene cuando ve un noticiero por televisión. Por eso, él y yo vivimos, circunstancialmente, en galaxias distintas. Yo tampoco miro la tele pero los gerontes me chicanean con el periodismo y por momentos creo que no perciben la incomodidad que me provoca ese disfraz.

Mi generación es la de Seba, el sobreviviente que parece haber salido indemne de todas las frustraciones. Cayetano lo carga y le dice que es capaz de dejar su vida entre paréntesis cada vez que juega Huracán. En estas aguas cautelosas, que se apoderan de las horas todos los sábados a partir de las tres de la tarde, Seba se mueve bien y mi hiperkinesis entra en crisis. Los dos, que conocemos el origen de la biblioteca, que fuimos y vinimos varias veces, disfrutamos de este espacio a nuestro modo, que no es el mismo. “Ejercitar el placer de la lectura, compartida primero por nosotros para después, quizás en algún momento contagiarle a otros nuestro placer”. Eso es lo que digo yo para explicarme este taller después de tanto luchar para darle servicios al pueblo, para ganar un subsidio que nunca llegó, para acomodar y desacomodar libros que nunca visitábamos. Y es la única razón que se me ocurre para entender como hizo Seba para convencer a Florencia de que vale la pena resignar las tardes de los sábados para disolverse en esta sala que nos protege y nos aísla.

Cayetano es el que nutre de textos el taller semana a semana; José escribe desde el túnel del tiempo en el que mora y los demás vamos atrás tratando de aprehender en el sentido de asir lo que nos van contando. Creo que deberíamos grabar las charlas y colgarlas de la web. ¿Las escucharía alguien? Quizás... Pero no merecen morir cuando se apaga la luz de la sala.
El taller pegó un vuelco con la incorporación de Oscar y de su compañera Laura. Oscar se va mostrando de a poco. Sus palabras delatan un pasado colmado de política y literatura. Como todos nosotros, arrastra dolores que solo se hacen a un lado cuando se permite disfrutar. Entonces, se para, gesticula, golpea la mesa, grita o se ríe, pero siempre apasionado y vivo. “En el fondo es un verdadero liberal”, pienso. Reivindica a Sarmiento, a Alberdi, a Borges, pero es solidario con Trotsky en rechazo a la persecución de Stalin. Ha tenido un pasado en el PC y conoce los clásicos de memoria.

Los gerontes cuestionan lo establecido con desparpajo, desde el sitio de la inexistencia en el mercado de los ganadores. A mí, que de humilde no tengo mucho, me sorprenden con esa irreverencia tan parecida a la soberbia. Sentencian que los premios de literatura están comprados, que el Nobel es una farsa y que los escritos de Saramago son un espanto. Entonces, yo me enojo y les digo que el mundo se está perdiendo conocer a un puñado de genios que, con sólo mostrar sus escritos, lo harían más bello y más justo.

Saltando de texto en texto” nos permite acceder al mundo de cualquier escritor en cualquier momento, mezclarnos a nosotros –los viejos y los novatos- en el universo que otros crearon. No respetar recorridos ni escalas inalterables; enriquecernos con la vida que ellos imaginaron o vivieron. Así es este taller que siempre renguea por alguno de sus miembros. Tiene magia: nos demuestra que es posible soñar entre cuatro paredes.
Diego

2 comentarios:

meridiana dijo...

qué lindo grupo! es entrañable y sencilla la manera en que lo describís.
claro que es posible soñar entre cuatro paredes, soñemos!

meridiana dijo...

perdón, no te dejé mi nombre que las meridianas somos tres, Lilián