martes, 20 de enero de 2009

el orden explicador



"Tomemos como ejemplo un libro en manos del alumno. Ese libro está compuesto por un conjunto de razonamientos destinados a hacer que el alumno comprenda una materia. Pero entonces aparece el maestro, que toma la palabra para explicar el libro. Construye un conjunto de razonamientos para explicar el conjunto de razonamientos que constituye el libro. ¿Pero por qué el libro necesita de tal ayuda? [...]

... la lógica de la explicación conlleva el principio de regresión al infinito: la reduplicación de razones no tiene razón para detenerse jamás.

... El secreto del maestro es saber reconocer la distancia entre la materia enseñada y el sujeto a instruir, como así también la distancia entre aprender y comprender. El explicador es quien plantea y da por abolida la distancia, quien la despliega y la reabsorbe en el seno de su palabra.

... ¿Cómo entender ese paradójico privilegio de la palabra por sobre lo escrito, del oído sobre la vista? ¿Qué relación hay entonces entre el poder de la palabra y el del maestro?

... he aquí que ese niño que aprendió a hablar por medio de su propia inteligencia y con maestros que no le explicaban la lengua comienza su instrucción propiamente dicha. Y a partir de ese momento, todo sucede como si ya no pudiera aprender con la ayuda de la misma inteligencia que le sirvió hasta entonces, como si la relación autónoma del aprendizaje con la verificación le resultara ajena de allí en más. Entre uno y otra se ha instalado una opacidad. Se trata de comprender y la sola palabra arroja un velo sobre todo lo demás: comprender es lo que el niño no puede hacer sin las explicaciones del maestro, más adelante tendrá tantos maestros como materias que comprender, dadas en un cierto orden comprensivo.

La revelación que captó Joseph Jacotot conduce a esto: hay que invertir la lógica del sistema explicador. La explicación no es necesaria para remediar la incapacidad de comprender. Por el contrario, justamente esa incapacidad es la ficción estructurante de la concepción explicadora del mundo. Es el explicador quien necesita del incapaz como tal. Explicar algo a alguien es, en primer lugar, demostrarle que no puede comprenderlo por sí mismo. Antes de ser el acto del pedagogo, la explicación es el mito de la pedagogía, la parábola de un mundo dividido en espíritus sabios y espíritus ignorantes, maduros e inmaduros, capaces e incapaces, inteligentes o estúpidos. El truco característico del explicador consiste en ese doble gesto inaugural.

... Como decíamos, el mito pedagógico divide el mundo en dos. Para ser más precisos, divide la inteligencia en dos. Existen, según este mito, una inteligencia inferior y una superior. La primera registra según el azar de las percepciones, retiene, interpreta y repite empiricamente, dentro del estrecho círculo de hábitos y necesidades. Es la inteligencia del niño pequeño y del hombre del pueblo.

La segunda conoce las cosas mediante las razones, procede metódicamente, de lo simple a lo complejo, de la parte al todo. Es ese tipo de inteligencia la que le permite al maestro transmitir sus conocimientos, adaptándolos a las capacidades intelectuales del alumno, y verificar que el alumno haya comprendido bien lo aprendido.

Tal es el principio de la explicación. Y, en adelante, ése será para Jacotot el principio del embrutecimiento.

Entendámoslo bien, y, para eso, deshagámonos de las imágenes conocidas.

El embrutecedor no es el viejo maestro obtuso que atiborra el cráneo de sus alumnos con conocimientos indigestos, ni el ser maléfico que aplica una doble verdad para así asegurar su poder y el orden social. Por el contrario, es mucho más eficaz en la medida en que es sabio, iluminado y actúa de buena fe.

Cuanto más sabio, más evidente le resulta la distancia entre su saber y la ignorancia de los ignorantes.

... Ante todo, dirá, es necesario que el alumno comprenda y, para eso, que se le explique cada vez mejor.

Nota: el resaltado va por mi cuenta
extractos del libro "El maestro ignorante" de Jacques Ranciére. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007.

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